EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA 'FRONTERAS INTERNAS'
DESIGUALDADES DE GÉNERO Y FEMINISMOS + LUCHA CONTRA EL RACISMO Y LA ISLAMOFOBIA
¡Llama a brazos! Verano tras verano el engranaje de la industria frutera reclama a mujeres y hombres que la hagan posible. Ellas y ellos son el eslabón imprescindible para que cada fruto sea recogido del árbol, clasificado, encajado y enviado a un mercado lejano donde será consumido por personas ajenas a las fatigas que supone llenar su plato. Un gran esfuerzo pagado con magros salarios y sin cuidar de las personas.
La campaña agraria de Lérida tiene una marcada división sexual del trabajo. Las imágenes de hombres en el campo ocultan las imágenes de miles de mujeres que encajan la fruta en los almacenes. En verano de 2020 la pandemia de la Covid mostró al mundo la cara más cruel de la explotación laboral, así como el menosprecio e invisibilización de las mujeres. Mientras la falta de medidas de prevención hacía aumentar los casos de contagios en los almacenes, donde la mayoría de la plantilla son mujeres, en los medios de comunicación sólo aparecían hombres malviviendo en las calles culpándoles de los contagios; ni una sola mujer trabajadora ni sus condiciones de laborales merecieron la atención de medios y políticos.
Ellas, mayoritariamente migradas o de origen migrante, desarrollan un trabajo duro en interminables jornadas de trabajo. La realidad de la economía de Ponent hace que muchas de estas mujeres sólo puedan tener acceso al mercado laboral durante la campaña agraria. Un trabajo estacional, de cuatro meses de duración. Esta estacionalidad y la feminización del puesto de trabajo en las centrales frutales, sumado al racismo y al machismo estructural en el que nos encontramos inmersas, genera un espejismo sobre las mujeres que trabajan. Se habla de economía complementaria de las familias y de apoyo económico, en lugar de mirar cara a cara la realidad: las mujeres realizan un trabajo titánico en la campaña de la fruta y son un puntal económico de la familia, así como unas gestoras increíbles que tendrán que estirar los ingresos de un cuatrimestre para vivir todo el año.
Las condiciones de trabajo en las centrales frutales son duras: largas jornadas de pie y alta concentración en un trabajo mecánico de elección y encajado. Esta situación no se compensa con salarios justos. Al contrario, nos encontramos con un alto nivel de incumplimiento del convenio laboral: dobles jornadas sin derecho al descanso, horas extras no remuneradas, falta de atención a la salud laboral, dificultades para tener garantizado el tiempo de lactancia de hijas y hijos o el derecho de las mujeres embarazadas a no trabajar en horario nocturno, son algunos ejemplos. Además, es necesario tener muy en cuenta que algunas mujeres todavía no han conseguido la regularización administrativa y el permiso de trabajo. Ellas que aportan a valor y recursos a la economía agraria, viven una ocultación laboral, social e institucional; una discriminación racista amparada por la Ley de extranjería.
Ante el empuje neoliberal de la industria frutal, que traga recursos naturales y jornadas de miles de mujeres, debemos favorecer el empoderamiento y la autoorganización colectiva de las trabajadoras temporeras en la defensa de sus derechos. Ponent necesita hacer una apuesta firme para poner freno a la especulación y explotación y recuperar una agricultura de escala humana que proteja a las personas y al medio ambiente.
Plataforma Fruta con Justicia Social
Expertas
Paula Santos – Mujeres migradas diversas
«La organización de las trabajadoras del hogar ha sido clave para poner en evidencia una opresión estructural contra las mujeres migrantes, un colectivo mayoritario dentro de los trabajos de cuidado», insiste Paula Santos. Es importante fortalecer la creación de redes de mujeres migradas y racializadas contra el capitalismo racial, con sus formas de trabajo precarizado y sin derechos, a las que están abocadas.
Pastora Filigrana
Dentro del trabajo del campo y del cuidado es donde se manifiesta claramente la violencia del capitalismo racial, donde los trabajos están llevados a cabo por mujeres migrantes y/o racializadas: «Una vida digna se reparte en función del trabajo que, al mismo tiempo, se reparte de forma desigual y con un criterio racial»
Aunque durante la pandemia se ha visto que eran trabajos esenciales, ninguno de los dos sectores (el campo y la limpieza) están reconocidos como trabajos dignos, dominando los peores convenios colectivos existentes. Para entender esta carencia de derechos es fundamental tener en cuenta los procesos de racialización y las consecuencias de la ley de extranjería: «Se ve muy claro cómo la patronal entrecruza el género y la raza buscando los cuerpos más explotables, aquellos que trabajarán más si más no, en una situación de vulnerabilidad en la que se juntan el género, la maternidad, el idioma, la identidad racial… para que sean personas muy explotables»
Gemma Casal – Fruta con Justicia Social
En la campaña de la fruta de Lleida participan más de 40.000 personas, que por las condiciones tan precarias de su trabajo no pueden tener un proyecto de vida, estabilidad y además están siempre bajo la amenaza de la ley de extranjería. Muchas de las mujeres que trabajan empaquetando en la campaña de la fruta tienen jornadas de 16 horas al día cuando es la temporada de la fruta, no pueden cuidar a sus hijos estos días y muchas viven junto a los almacenes, no hay una separación de la vida y la jornada de trabajo. «Hay un gran silencio en el que nadie ha dicho nada en los últimos treinta años, o poca gente, un silencio compartido en el que, aunque uno sepa que se están vulnerando gravemente los derechos de los vecinos temporeros, no abren la boca. Este silencio racista no sólo deshumaniza a los demás, sino que nos deshumaniza a nosotros mismos».